Cuando
hablamos del concepto de modernidad nos referimos a toda una época histórica,
el paulatino proceso de capitalización universal del planeta y la instauración
y despliegue del primer sistema mundial de relaciones sociales. Es una época
que se corrompe con el desarrollo explosivo de las fuerzas productivas, en la
que este desarrollo se constituye en el principal signo de progreso, el que a
su vez es convertido en categoría central y asumido como la direccionalidad de
todo recurso histórico, de todo movimiento del pasado al presente y del
presente al futuro.
Este
define a la modernización como un patrón de procesos de evolución social
neutralizados en cuanto al espacio y al tiempo y despojados de la comprensión y
la modernidad obtiene de sí el horizonte de la razón occidental.
Para
Habermas, la tesis de la aparición de la postmodernidad carece de fundamento.
La estructura del espíritu de la época no ha cambiado. Lo que ha llegado a su
fin ha sido una utopía concreta, lo que cristalizó en torno al potencial de la
sociedad del trabajo.
Una
utopía que retrocede las ideas de desarrollo que tiene cada persona; pero el
problema es que se valen de esas utopías para no sobresalir en todos los
aspectos que se necesitan, no solo en lo económico, sino también en lo social,
político, etc.
En
muchos países, principalmente los sub desarrollados, tienden a tener crisis
permanente de las finanzas públicas y el principal causante de esto, es el
costo, en términos de racionalidad administrativa, del tratar de satisfacer con
servicios de salud, educación, comunicación, etc; la creciente necesidad de
legitimación que sufre el sistema. Pero la crisis de racionalidad
administrativa es solo el síntoma de otra más profunda , la de legitimación que
padece un sistema político, desbordado en función instrumental y obligado a
asumir explícitamente tareas ideológicas.
Habermas
analiza el fondo de la crisis y piensa que está constituida por 3 tendencias
que marcan las “transformaciones estructurales de las imágenes del mundo”.
Primera, los elementos dominantes de la tradición cultural dejan de ser
interpretaciones de la historia en su conjunto. Segunda, las cuestiones
prácticas ya no son veritativas y los valores se tornan irracionales. Tercera,
la ética secular se desprende del derecho natural racional y el ateísmo mismo
amenaza los contenidos utópicos de la tradición.
Se
hace visible el divorcio entre ingredientes cognitivos e integración social:
las identidades tanto individuales como grupales pierden su fundamento,
produciéndose el desplazamiento de los conflictos sociales hacia el plano de
los problemas psíquicos.
Habermas
apuesta por una superación de la crisis basada en el análisis de las patologías
de la subjetividad producidas por la racionalización modernizadora y en el
reconocimiento de las experiencias de sensibilidad y racionalidad que contiene
la praxis comunicativa cotidiana.
Cuando
escuchamos el término postmoderno, nos referimos a un malestar de la precisa y
ambigua conciencia de un cambio de época que se le conoce como progreso.
Primera
clave: la secualización del progreso: el impulso fáustico desorientándose, perdiendo
su sentido al realizarse. Lo que se manifiesta es una sociedad en la que
progreso se convierte en rutina, en la que la renovación permanente e incesante
de las cosas, de los productos, esta “fisiológicamente exigida para asegurar la
cura y simple supervivencia del sistema”, en la que “la novedad nada tiene de
revolucionario ni turbador”.
Si
analizamos lo anteriormente dicho, nos encontramos con la respuesta de un
progreso vacío, o en otras palabras en un progreso cuya “realidad”, no es otra
cosa que la que se da en la experiencia del cambio que producen las imágenes.
Pero no solo el cambio, también el ser que trabaja la ciencia, ha perdido la
realidad.
De
todo esto llegamos a la conclusión, que postmoderno es entonces la experiencia
en un mundo de “realidad aligerada”, hecha más ligera por estar menos netamente
dividida entre lo verdadero y la ficción, la información, la imagen.
Segunda
clave: fin de la utopía de la transparencia La auto transparencia de la
sociedad consiste tanto en el programa epistemológico de la ilustración, su
someter toda la realidad social al conocimiento científico, como ideal político
de la transformación radical de la sociedad.
Si
hacemos un recuento de las modernidades en América Latina, nos encontramos que
el proceso más vasto y denso de modernización, va a tener lugar a partir de los
años 50 y 60, y se hallara vinculado decisivamente al desarrollo de las
industrias culturales.
Son
los años de la diversificación y afianzamiento del crecimiento económico, la
consolidación de la expansión urbana, la ampliación sin precedentes de la matrícula
escolar y la reducción del analfabetismo, según José Joaquín Brunner, es solo a
partir de ese cruce de procesos que pueden hablarse de modernidad en estos
países.
Fuertemente
cargada de componentes premodernos, la modernidad latinoamericana se hace
experiencia colectiva de las mayorías, solo merced a dislocaciones sociales y
perspectivas cuño postmoderno. Una postmodernidad que en el lugar de venir a
reemplazar, viene a reordenar las relaciones de la modernidad.
Pisticelli:
“la modernidad consiste en asumir la heterogeneidad social como valor e
interrogarnos por su articulación como orden colectivo”, de ahí una propuesta
de lectura. Mientras en los países centrales, el elogio de la diferencia tiende
a significar la disolución de cualquier idea de comunidad, en nuestros países
afirma Nobert Lechner, la heterogeneidad solo producirá dinámica social ligada a
alguna noción de comunidad.
Después
de todo lo señalado antes nos encontramos con la gran pregunta: ¿Cómo recrear
las formas de convivencia y deliberación de la vida ciudadana, sin asumir la
moralización de los principios, la absolutización de las ideologías y la
substancializacion de los sujetos sociales?
Hay
mucho por hacer y estudiar, cómo lograr el desarrollo, respetando las culturas
y el pensamiento de las comunidades.
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